La historia de un topo durante la guerra civil, un hombre que se esconde mientras continúa el conflicto y la dictadura, en su propia casa, es contada en esta película donde vamos sintiendo el agobio del protagonista, que sin salir de casa vive durante más de 30 años en este confinamiento obligado.
Su mujer e hijo también son víctimas de esta situación que se prolonga durante décadas con el miedo a ser descubierto. Ahí tenemos el buen hacer de Antonio de la Torre y Belén Cuesta. Ambos están excelentes, llenan la pantalla y nos llevan de la mano con sus grandes papeles. El protagonista se me va haciendo más antipático según avanza la trama, entiendo sus miedos pero no acabo de simpatizar con su forma de afrontarlos. Tal vez eso me aleja algo de lo que le ocurre.
Vi esta película en la primera fila de un pequeño cine de Madrid con lo que la situación de agobio fue más intensa por la cercanía con la pantalla pero ha sido ahora, días en que también todos los españoles estamos confinados en casa por la pandemia del coronavirus, cuando más me he acordado de ella, y eso que no tiene nada que ver ni la situación ni la época ni los motivos.
El trio de directores han firmado Loreak (Garaño y Goneaga) y Handia (Garaño y Arregi). Todas han sido éxitos de crítica y público. No he visto Handia aunque lo subsanaré próximamente pero Loreak me impactó más que La frontera infinita.
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