El largometraje con el que debuta como director el actor Daniel Guzmán parte de su propia biografía adolescente y, por lo pronto, ya ha sido premiado en el Festival de Málaga.
Dos amigos inseparables son el alma del relato. Viven en Madrid, en un barrio obrero, no van bien en los estudios y se dedican a cuidar el uno del otro. Darío está afrontando la separación de sus padres y, entre mentiras, intenta buscarse la vida con un pequeño historial de delitos que cada vez crece más peligrosamente.
La película respira con muy buenos posos. Los actores hacen creíbles a unos personajes cercanos, familias que malviven, adolescentes con carencias emocionales y económicas pero con la cabeza llena de pájaros entre la búsqueda de dinero y el despertar del sexo, en los escenarios de la calle, el parque o el instituto. Solamente Luis Tosar es un actor con cierto renombre de los del reparto pero eso no importa porque los debutantes o los practicamente desconocidos secundarios le dan mucha frescura.
Me resulta fácil identificarme con ellos y por ese camino voy entrando en la historia que, al principio, no me convence del todo pero luego, empujado por los personajes, riéndome de sus ocurrencias y con ganas de que a esos chavales les salgan bien las cosas, acabo enganchado a su devenir vital y convencido de que Daniel Guzman se ha marcado una buena opera prima que espero sea el comienzo de una carrera fructífera como director.
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