Argumento: El músico Blake junto con varios amigos se refugia en una casa rodeada de un profundo bosque. Allí intenta aislarse del éxito en la naturaleza e intentando tener el mínimo contacto con otras personas mientras le vuelve la inspiración o las ganas para continuar creando canciones.
Director: Gus Van Sant después de aquella desafortunada copia del clásico de Hitchcock con Psycho (1998), realiza una serie de obras más personales como Elephant (2003), Last Days (2005) o Paranoid Park (2008). Películas minimalistas que encuentran unos caminos diferentes en su cine. Ya quedaban lejos sus inicios más conocidos con Drusgtore Cowboy (1989) y Mi idaho privado (1991) de un director que probó un cine más comercial en medio de estas dos etapas.
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Crítica: Salvo la canción que ilustra esta reseña, poco hay que resaltar de una película que basa su fuerza en una narrativa tediosa en la que no ocurre nada. Vemos a Blake deambular por su mansión campestre, bañarse en el río, escapar de las visitas y cocinar cualquier cosa con que alimentarse. Los amigos van a su rollo y él al suyo. La cámara mantiene planos excesivamente largos que no aportan ninguna información. Ni siquiera en la maravillosa escena de la canción escapa de su posición estática. Las intenciones quedan claras desde el minuto uno: son los últimos días de un artista angustiado y el relato no ofrece la mínima concesión perdiendo interés a medida que el metraje avanza sin más que lo que hay...que sigue siendo muy poco.
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