Quentin Tarantino estrena su octava película y este número en su filmografía lo destaca poniéndolo como parte del título (y del argumento) de la película. No es buena señal que el director se dé tanta importancia a sí mismo y va a ser una señal de lo que ofrece.
Al igual que Django Unchained es un western, género mítico en la historia del cine y que Tarantino no duda en utilizar de nuevo. La pena es que, aunque la película funciona, su excesiva autocomplacencia le hace no merecer más calificativo que el de buena.
Tenemos lo que hay que esperar de un film de su director: división en capítulos, magníficos diálogos, actores habituales, violencia, sangre y narración que no respeta la continuidad temporal. Pero es que todo eso que muchas veces me ha gustado más que mucho, aquí se me hace repetitivo, en ocasiones artificial, no creíble del todo, repulsivo en la muestra de la violencia y también, demasiado parecido a otras de sus películas. A veces me recordaba a Reservoir Dogs, otras a Pulp Fiction, otras simplemente era más que evidente que la firmaba Quentin Tarantino.
El director sigue siendo brillante, su cine es inconfundible e inimitable pero no sorprende ni ofrece un producto sublime. Tampoco la crítica se ha volcado en elogios y solamente ha sido premiada con el premio Oscar a Ennio Morricone por la banda sonora. Demasiado metraje, casi tres horas, y demasiado más de lo mismo, con una trama casi detectivesca y un final esperado viendo como va transcurriendo la acción.Por lo menos, yo me lo esperaba. No quiero olvidarme que Tarantino se reserva el papel de narrador, figura que aparece en una de las escenas, sin más importancia que su habitual cameo.
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