Cineasta excepcional, José Luis Guerín, vive alejado del cine comercial, rodando proyectos personales de gran belleza. En la ciudad de Sylvia es su última película que luego completaría con el documental Unas fotos en la ciudad de Sylvia.
Un joven (Xavier Lafitte) que se aloja en un hotel de una ciudad europea francófona, observa y dibuja a las mujeres que le rodean. Está sentado en un café y su mirada pasa de una mujer a otra, hasta que decide seguir a una de ellas (Pilar López de Ayala) por las calles de la ciudad. Cree haber reconocido a una antigua chica, de nombre Sylvia, y por eso la sigue hasta hablar con ella.
La cámara, el sonido ambiente lleno de ruidos y voces, los rostros de las mujeres, los habitantes de esta ciudad que se entrecruzan delante de la imagen, la casi inexistencia de diálogos ni trama; todo ello compone una película singular que reflexiona sobre el ideal de belleza femenino, las vidas no vividas y la manera de observar el mundo que nos rodea. No es un título que pueda contemplarse sin la complicidad del espectador por dejarse atrapar por la sutileza de unas imágenes que no son nada explicativas ni lo pretenden. Solamente se nos pide estar atentos y dejarnos llevar por lo que vemos.
Este director vuelve a atraparme con otra de sus historias medio ficción medio documental, aunque de todas ellas mi preferida es Tren de sombras (y mi asignatura pendiente es Innisfree); ésta que aquí comento me ha tenido absorto disfrutando del movimiento de la cámara por las calles y rostros, que llenan la pantalla de sugerencias y buen cine en estado puro.
Un joven (Xavier Lafitte) que se aloja en un hotel de una ciudad europea francófona, observa y dibuja a las mujeres que le rodean. Está sentado en un café y su mirada pasa de una mujer a otra, hasta que decide seguir a una de ellas (Pilar López de Ayala) por las calles de la ciudad. Cree haber reconocido a una antigua chica, de nombre Sylvia, y por eso la sigue hasta hablar con ella.
La cámara, el sonido ambiente lleno de ruidos y voces, los rostros de las mujeres, los habitantes de esta ciudad que se entrecruzan delante de la imagen, la casi inexistencia de diálogos ni trama; todo ello compone una película singular que reflexiona sobre el ideal de belleza femenino, las vidas no vividas y la manera de observar el mundo que nos rodea. No es un título que pueda contemplarse sin la complicidad del espectador por dejarse atrapar por la sutileza de unas imágenes que no son nada explicativas ni lo pretenden. Solamente se nos pide estar atentos y dejarnos llevar por lo que vemos.
Este director vuelve a atraparme con otra de sus historias medio ficción medio documental, aunque de todas ellas mi preferida es Tren de sombras (y mi asignatura pendiente es Innisfree); ésta que aquí comento me ha tenido absorto disfrutando del movimiento de la cámara por las calles y rostros, que llenan la pantalla de sugerencias y buen cine en estado puro.
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