Las expectativas que tenía sobre este largometraje del danés Nicolas Winding, eran más que buenas. Su premio a la mejor dirección en Cannes así como las formidables críticas que ha recibido, me hacían augurar un film memorable que me fascinara.
El protagonista es un conductor que se gana la vida participando en la huida de malhechores, de extra en escenas de coches y como mecánico de un taller. Su nombre no interesa, su sobriedad y falta de emociones es parte de la personalidad misteriosa que le envuelve. Cuando empatiza con una vecina, madre de un niño y esposa de un presidiario, empieza a meterse verdaderamente en problemas.
Comparada insistentemente con el cine de Pierre Melville, del que he visto algún film que no tengo muy fresco, se nutre de una primera parte en la que nos empapamos de la personalidad de los personajes y luego pasa a un plano violento en extremo con venganzas y sangre. Ni en una ni en otra parte consigo meterme de lleno en lo que me están contando.
Lo que sí que me gusta es el reparto. Ryan Gosling está fantástico en su papel y tanto Albert Brooks (hacía mucho que no le veía) como Ron Perlman (inolvidable en Hellboy) son dos malos de aúpa. También destacar a las chicas, con Carey Mulligan en un bonito personaje y Christina Hendricks (Joan en Mad Men) en un rol más secundario.
Las escenas de conducción me parecen de un gran virtuosismo técnico pero no como para elevar la calidad final a la excelencia. Mantiene un buen tono aunque no creo que sea para tantas alabanzas ni eran adecuadas las expectativas que me crearon antes de verla. Es buena pero no era para tanto.
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