Ha sido la gran triunfadora de la última edición de los Premios Goya y un cambio en la filmografía de su director que, con dos largometrajes cómo El milagro de P. Tinto y La gran aventura de Mortadelo y Filemón, había mostrado su universo particularmente humorístico. Camino no es una comedia pero me ha hecho reconocer la autoría visual de Javier Fesser detrás de la cámara.
Es una historia dura, la historia de la enfermedad de una niña que vive en una familia afín al Opus Dei. Me sentí atrapado por la belleza de la actriz protagonista, la niña Nerea Camacho. Lo pasé fatal con el sufrimiento del personaje y desde los primeros síntomas de su enfermedad me daba pena y me acongojaba su triste destino. Conmigo esa parte del relato ha conseguido su propósito.
Pero es que además lo pasé peor todavía con la visión de la vida que tiene la madre de la niña (espléndida Carme Elias), fiel devota de su amor a Dios. El retrato de esa familia creyente y partícipe de la exigente pertenencia al Opus Dei, con una hija enclaustrada y un padre apartado de las decisiones afectivas; me hiere en mis creencias de libertad de pensamiento ajeno a los designios de una religión que se me hace extraña y enemiga.
El director no escatima recursos, algunas veces maniqueos, para presentar a los curas, los creyentes, los numerarios, las personas abducidas por su pertenencia en vida al amor de ese Dios al que le profesan una fe absoluta.
No todo es discurso religioso, al contrario, Camino es un juego cinematográfico a dos bandas. Por un lado la parte real y por otro el mundo interior de la niña. Sus sueños, sus pesadillas fantasiosas con un primer amor llamado Jesús (al igual que el Jesús que su madre ama), un duende, un ratoncito, el cuento de "La Bella Durmiente", el amor a su papi, sus ganas de vivir y su fortaleza ante la mala suerte de una enfermedad mortal.
Imagino que no habrá gustado nada en círculos religiosos, que se la considerará pecaminosa, que no se entenderá la mirada mágica del relato de una niña que ve la religión con ojos de niña. En ellos se ha metido Javier Fesser para regalar una fantástica película que no me extraña el alud de elogios que ha recibido, al igual que no me extrañan las críticas. Obviando los extremos, creo que es una gran obra por los valores cinematográficos de la mejor película de un director a seguir.
Es una historia dura, la historia de la enfermedad de una niña que vive en una familia afín al Opus Dei. Me sentí atrapado por la belleza de la actriz protagonista, la niña Nerea Camacho. Lo pasé fatal con el sufrimiento del personaje y desde los primeros síntomas de su enfermedad me daba pena y me acongojaba su triste destino. Conmigo esa parte del relato ha conseguido su propósito.
Pero es que además lo pasé peor todavía con la visión de la vida que tiene la madre de la niña (espléndida Carme Elias), fiel devota de su amor a Dios. El retrato de esa familia creyente y partícipe de la exigente pertenencia al Opus Dei, con una hija enclaustrada y un padre apartado de las decisiones afectivas; me hiere en mis creencias de libertad de pensamiento ajeno a los designios de una religión que se me hace extraña y enemiga.
El director no escatima recursos, algunas veces maniqueos, para presentar a los curas, los creyentes, los numerarios, las personas abducidas por su pertenencia en vida al amor de ese Dios al que le profesan una fe absoluta.
No todo es discurso religioso, al contrario, Camino es un juego cinematográfico a dos bandas. Por un lado la parte real y por otro el mundo interior de la niña. Sus sueños, sus pesadillas fantasiosas con un primer amor llamado Jesús (al igual que el Jesús que su madre ama), un duende, un ratoncito, el cuento de "La Bella Durmiente", el amor a su papi, sus ganas de vivir y su fortaleza ante la mala suerte de una enfermedad mortal.
Imagino que no habrá gustado nada en círculos religiosos, que se la considerará pecaminosa, que no se entenderá la mirada mágica del relato de una niña que ve la religión con ojos de niña. En ellos se ha metido Javier Fesser para regalar una fantástica película que no me extraña el alud de elogios que ha recibido, al igual que no me extrañan las críticas. Obviando los extremos, creo que es una gran obra por los valores cinematográficos de la mejor película de un director a seguir.
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